lunes, 25 de febrero de 2013

Oso González Cap.4







-Oso González, ¿echtás bien?       
-Claro que si, Pelusa. ¿Por qué lo preguntas?
Oso González se sentó en su cama. Pelusa tenía una triste mueca en la cara.
-¡Echtás muych pálidoch!
Oso González se sorprendió al oír las palabras de su amiga Pelusa. Rápidamente, se levantó y se miró al espejo. Lo que Pelusa había dicho era cierto. Oso González estaba más blanco que nunca.
-Ohhh...
Oso González se agarró a su mesilla, y cayó de rodillas, pues su fuerza no fue la suficiente.
Pelusa corrió hacia él.
-¡Oso González!
Oso González se levantó, agarrándose a la cama. Pelusa se agarró a su pata y
con su poca fuerza de pulga, levantó la
pata de Oso González.
-Pelusa... No me encuentro bien...
Rápida como un rayo, Pelusa trepó por el suave pelaje de Oso González y le dio un pequeño abrazo en su oreja derecha. Después, saltó de la cama y, mientras Oso González se tapaba con su manta, Pelusa corrió hacia la cocina.
-¡Noch tech preocupech, Oso González! Voy encheguida.
Así fue. Pelusa corrió de vuelta a la habitación, cargada con un pequeño
plato de caldo recién hecho y un pequeño termómetro, tamaño pulga. Trepó por la pata de la cama y dejando suavemente el plato de caldo en la mesilla, le puso a Oso González el termómetro.
-Gracias, Pelusa, pero, ¿qué es esto?
-Oh, ech para haber chi tienech fiebre.
Y, cogiendo de nuevo el plato del caldo, Pelusa volvió a decir:
-Tómate echto, te hará chentir mejorch.
Pero Oso González no estaba muy convencido, y murmuró:
-Pelusa, estoy bien, de verdad.
En ese momento, Oso González empezó a ver todo borroso, incluso a Pelusa.
-Oh...
-¡Echpera, noch te duermach!
-Veo todo borroso...
Al oír estas palabras, Pelusa corrió al salón, descolgó el teléfono y marcó un número.
-Hola, ¿Ech el doctor Nutri?
Mientras, Oso González estaba intentando levantarse de la cama, pero sus esfuerzos no eran suficientes.
Oso González oyó el ruido del teléfono al colgarse, y de repente, apareció Pelusa, corriendo en su dirección.
-No che preocupech, Oso González, el doctor Nutri echtá dech camino.
-Pelusa... No importa... ¡Cof, cof!
-Tranquiloch, Oso González. Tómatech el caldo.
Pasados un par de minutos, apareció en la puerta una nutria bajita y marrón.
-¿Oso González? Soy el doctor Nutri.
La nutria se quedó de pie al lado de la cama en la que descansaba Oso
González.
-Mmmmm...
El doctor se dio la vuelta y lo hizo para coger el estetoscopio.
-¿Qué eh echo, doctor?- preguntó Pelusa.
-Es un instrumento para escuchar los latidos de su corazón.
El doctor cogió un extremo de ese raro instrumento y se lo puso en sus orejas. Después, hizo lo mismo con el otro extremo, pero se lo puso a Oso González en la barriga.
-Respira hondo.-dijo la nutria.
Cuando esta prueba terminó, el doctor Nutri sacó de su maletín un pequeño bote, y se lo dio a Pelusa.
-Dale este jarabe cada cuatro horas. Se sentirá mejor.
-Grachiach, doctor.
Cuando la nutria se fue, Oso González y Pelusa se quedaron solos.
-Vamoch, Oso González, tómatech echte jarabe.
Oso González lo hizo sin rechistar, aunque no tenía muy buen sabor...
Pasaron cuatro horas. Pelusa apareció en la habitación y le dio a Oso González otra cucharada de jarabe.
-¿Te encuentrach yach mejor?
-No... Siento náuseas...
Pelusa abrazó la pata delantera de Oso González. Y así, los dos se durmieron.
Dos horas después, Oso González abrió los ojos.
-¡Pelusa, Pelusa, despierta! ¡Ya estoy recuperado!
Oso González se levantó de un salto de su cama y empezó a dar saltos de alegría. En ese momento, Pelusa también se despertó.
-Mmmmmch...
-Pelusa... ¿Te encuentras bien?-preguntó Oso González.
-Mmmmmch... Creo que me hach contagiadoch...
Sorprendido, Oso González le preparó a Pelusa un gran caldo, tamaño oso. Le ayudó a tomárselo, y después, le dio el jarabe.
-No te preocupes, Pelusa. Te cuidaré tanto como tú me cuidaste a mí.
Los dos amigos se dieron un gran abrazo, y, así, se quedaron dormidos.

Continuará…
El próximo mes

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